El creciente malestar docente tiene diversos grados, pudiendo llegar a un estrés crónico o “burnot” ¿A quienes afecta? ¿Cuál puede ser su origen? ¿Qué efectos produce? ¿Cómo lo podemos enfrentar?
Determinadas profesiones comportan un alto riesgo de padecer
estrés. Dos colectivos especialmente expuestos son el personal de atención
hospitalaria y el personal docente. En la base del mismo está su elevada implicación
emocional, fruto del contacto directo y continuado con las personas que reciben
el servicio.
El profesor no trabaja con máquinas o números, sino con
personas. Él a su vez también es una persona, con sus dudas, miedos, anhelos,
ideales. Cuanto mayor es su expectativa e implicación con la docencia, más
probable es que su “ideal docente” choque con la realidad de la enseñanza, exponiéndole
a la frustración y a la sensación de fracaso. Así, excelentes docentes que
ponen su cerebro y su alma al servicio de la vocación son víctimas del Síndrome
de Burnout o síndrome del trabajador “quemado”.
El docente es un modelo que proyecta sobre sus alumnos, no
sólo sus conocimientos sino también su propia forma de ser, su filosofía de la
vida, sus valores y actitudes, y su estado de ánimo. Un docente estresado
tendrá dificultades para transmitir eficazmente. Su salud laboral y psicológica
afectará directamente a la calidad de sus enseñanzas.
Aparte de las dificultades y conflictos normales de
cualquier persona, el docente se enfrenta a un número elevado de alumnos, y a
menudo a la desmotivación, el desinterés, y los conflictos y problemas de
conducta. Su trabajo no consiste exclusivamente en impartir clase; debe
preparar, actualizar conocimientos, corregir exámenes y trabajos, evaluar, atender
tutorías y revisiones, reuniones de equipo. La sensación de presión puede verse
aumentada por las reformas educativas, la innovación, la investigación y la
exigencia de calidad.
El orgullo personal del trabajo bien hecho se ve apagado por
las pocas expectativas de promoción y por el escaso reconocimiento social.
Sigue vigente el tópico de las “largas vacaciones del maestro”. La valoración y
el fruto de su labor no suelen ser inmediatos. De hecho, pocos alumnos
satisfechos con su profesor se lo hacen saber.
Todo este conjunto de elementos acaba generando agotamiento
físico y emocional, irritabilidad, despersonalización, tristeza, desmotivación
y ansiedad. La merma de autoestima puede llevar al docente a un estado en el
que le resulta difícil reconocer sus éxitos, magnificando cualquier mínimo
error y percibiendo situaciones normales como muy amenazantes.
La sensación de fracaso profesional y la insatisfacción con
el trabajo le puede llevar a adoptar una actitud muy crítica con su entorno
laboral, a la vez que carente de propuestas. El absentismo, el abandono o la
jubilación anticipada empiezan a barajarse como posibles salidas a una
situación que le desborda.
Las estrategias para combatir el estrés son múltiples. En el
plano físico se orientan a la relajación, la respiración, el ejercicio, el
descanso. Otras propuestas se dirigen a la formación en temas específicos, como
las estrategias para tomar decisiones, resolver problemas o gestionar el tiempo.
Estas últimas puede ayudar decisivamente a optimizar el aprovechamiento del
tiempo, marcar objetivos y detectar prioridades, planificar y eliminar los
malversadores del tiempo, y buscar la eficacia sin caer en el perfeccionismo.
El apoyo psicológico puede abordar técnicas de autocontrol
emocional y trabajar la motivación y el autoconcepto, fortaleciendo el
sentimiento de valía y reduciendo el de indefensión. El aspecto cognitivo es
clave, ya que el pensamiento actúa como un filtro que precede a las respuestas
emocionales y fisiológicas propias del estrés. Es preciso atajar los pensamientos
negativos y obsesivos, y reestructurar algunas ideas irracionales. Es posible
adoptar un enfoque positivo y constructivo no sólo sobre la docencia sino ante la
vida en general. La actitud personal es fundamental en la prevención y
tratamiento del estrés, así como en la mejora de la calidad de vida y del
desempeño profesional.
Vale la pena recordar que la docencia es una actividad clave
para el desarrollo humano. Una labor que despierta vocaciones, alumbra ideas en
la mente de muchos discípulos, generando libertad, progreso y bienestar social.
Esa noble profesión, lejos de ”quemar”, debe llenar de orgullo a quien tiene el
privilegio de poder ejercerla.
Autor
Guillermo Ballenato Prieto.
Psicólogo
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