¿Existe el estado de agotamiento profesional? ¿Se trata de una enfermedad creada por el periodismo? ¿O estamos en presencia de otras enfermedades que se enmascaran con este rótulo? ¿El desgaste profesional es una manifestación del estrés laboral? ¿La solución pasa por lo individual o por lo colectivo?
Desde comienzos del siglo XXI, se viene hablando mucho del
incremento dramático de los casos de burnout, primero en las publicaciones
científicas, luego en la prensa especializada y finalmente en Internet. Eventos
como el 21º. Congreso Europeo de Psiquiatría, celebrado en Nantes (Francia) en
abril de 2013, o el incremento de los reclamos a las compañías de seguros
alemanas por una “interferencia por burnout”, han fomentado el debate.
Autores como Hamman y cols. o Höschl han propuesto que el
burnout es un mito, y que es un mero tratamiento periodístico atribuirlo a
fenómenos sociales tales como “globalización”, “desaparición de límites entre
vidas laboral y privada”, “demandas incrementadas”, “excelencia y calidad”,
entre otros. Mientras que autores como Rössler
o Mateen han sugerido no sólo que el agotamiento profesional (burnout)
sí existe, sino que se relaciona precisamente con las circunstancias sociales
antes mencionadas, y que de la investigación sobre el problema se ha concluido
que es una diferente entidad nosológica y psicológica, derivada de la respuesta
a factores causantes de estrés interpersonal crónico en el trabajo, y que
además no es un concepto teórico y exclusivo del mundo desarrollado.
Otros autores explican su posición más detalladamente: para
Keresztesi, por ejemplo, burnout es un término que no es médico, sino una
metáfora y una expresión estadounidense para designar alguien de permiso
(discharged), empezando por aplicar un concepto físico: si está “quemado”, debe
haberse “incinerado”, equiparando un ser humano a un fusible; en su criterio,
el término en cuanto diagnóstico no existe, e incluso considera peor la
situación cuando se le agrega el vocablo “síndrome de fatiga”: presumiendo que
la causa subyacente es estrés prolongado o depresión.
Keresztesi afirma que, en vez de burnout, deberían tenerse
en cuenta otras enfermedades como hipotiroidismo, diabetes, enfermedad
cardiovascular, hipovitaminosis o depresión, para evitar que el término lleve a
pasividad, aprovechamiento de la enfermedad en beneficio del individuo y
conductas defensivas, y propone que el trabajo no sería una causa de “burnout”,
sino su remedio, porque el sujeto encontraría empoderamiento y contexto social
dónde apoyarse; como ejemplo presenta al sujeto con cáncer, que recibe
tratamiento durante unas semanas y luego vuelve al seno de su familia y su
trabajo aunque sea con limitación de su tiempo laboral.
En Alemania, por ejemplo, burnout no es considerado un
diagnóstico médico. Berger (6,7) ha señalado el carácter intenso del debate en
ese país sobre la noción del estrés psicológico en el entorno de trabajo
moderno y los riesgos potenciales que puede tener las condiciones de éste en la
salud mental. Para él, sin embargo, el problema estriba en que cambiar esas
condiciones implica diferenciar las diversas entidades nosológicas que afectan
el bienestar de los sujetos, para prevenirlas a su vez: explica que es un
problema que afecta tanto a los servicios de salud (en cuanto al diagnóstico se
refiere) como a las compañías (en cuanto a las excusas médicas se refiere), y todo esto
lleva a un punto común: el aseguramiento, en términos de cómo se valida que el
causante es burnout, y que –aparentemente- hay medios para intervenir el
desgaste profesional.
Por su parte, Hillert o Kapfhammer consideran que el burnout
es un término procedente de la psicología laboral, el cual describe síntomas de
una desadaptación sostenida en el tiempo a condiciones estresantes laborales,
sin ser un diagnóstico per se de acuerdo con sistemas de clasificación
tradicional. Un documento de posición de la Sociedad Alemana
de Psiquiatría, Psicoterapia, Medicina Psicosomática y Neurología (DGPPN,
Deutsche Gesellschaft für Psychiatrie und Psychotherapie, Psychosomatik und
Nervenheilkunde) estableció que el burnout es un estado de riesgo hacia otras
enfermedades, y que el término es apenas uno de carácter “periodístico”.
La aproximación alemana al problema se ha basado mucho en un
enfoque clínico y de laboratorio: si el burnout no se encuentra en un estudio
experimental, entonces no existe. Los autores alemanes consultados advierten,
en mayor o menor medida, que lo que denominan el “síntoma cardinal” (fatiga,
agotamiento) debe ser clarificado a través de una completa historia tanto
médica y neurológica como biopsicosocial, y el ejercicio de un cuidadoso
diagnóstico diferencial de condiciones psiquiátricas tipo depresión o ansiedad
o intentos de suicidio, con un tratamiento multimodal, ajustado a la condición
subyacente y severidad del cuadro del paciente. Sin embargo, la evaluación de
las posibles medidas, usualmente orientadas hacia el sujeto (person-directed)
–v.g. los cambios de turno- o hacia el trabajo, -v.g. las reuniones de grupo- no
han mostrado resultados satisfactorios en términos de eficacia, efectividad y
eficiencia a largo plazo, situación señalada en dos revisiones sistemáticas de la Colaboración Cochrane.
Frente a estas posiciones, se encuentran aquellos que
piensan que el burnout sí existe como afección; existe división sobre si el
problema parte del mismo sujeto o si, por el contrario, deriva de su
interacción con su entorno, especialmente el laboral. Por ejemplo, Gil-Monte
propone que el desgaste profesional debe ser considerado como una manifestación
del estrés laboral; Brooks plantea que el trabajo de un profesional (un médico,
en particular) o técnico de salud es uno de alta presión y muchos factores
causales de estrés –donde el burnout es apenas una de sus manifestaciones;
propone factores de riesgo individuales – tales como rasgos de personalidad o
antecedentes psicológicos- y ocupacionales –clínicos y estructurales- que
causan directamente estrés. Trollope-Kumar ha señalado que el burnout existe y
está ligado a la noción de riesgo, resultado a su vez de una inadecuada
respuesta del profesional de salud a las exigencias de su actividad, sean éstas
carga de trabajo o alejamiento del hogar, o peor aún, de la detección de
incongruencias entre su trabajo y su vida personal, o de la impotencia
resultante ante ciertos casos, como aquellos en pacientes oncológicos o de
cuidados paliativos.
En cambio, las posiciones de Kay –canadiense- o de
Rakovec-Felser –eslovena- son diferentes: ninguna de ellas niega la existencia
del burnout, pero recalcan que la solución no pasa por lo individual, sino por
lo comunitario/organizacional, en términos de un cambio del entorno laboral y cultural.
Kay sugiere una “sobredramatización” del carácter individual de la condición,
lo que ha suscitado medidas de carácter y alcance limitado y –sobre todo-
estigmatización; Rakovec-Felser propone que el burnout puede ser consecuencia
de un pérdida de balance entre tres niveles de intercambio social – el
interpersonal, el de equipo y el organizacional-, más que a causa del trabajo
per se.
Hay quienes consideran que el burnout existe y constituye un
problema que necesita atención por parte de la Salud Pública.
Kacenelenbogen –belga- y Cebrià-Andreu –español- escriben que
la insatisfacción, la desmotivación, la desilusión y la frustración en los
profesionales de salud conllevan erosión física, cansancio acumulado, falta de
energías y alteraciones del sueño, traduciéndose en fatiga emocional. Señalan
que, aunque el cuestionario diseñado por Maslach no representa un diagnóstico
confirmatorio y final per se, sí es la puerta de entrada para su detección.
Pero ellos van aún más lejos en su conceptualización. Cebrià-Andreu asume el
burnout en dos dimensiones: a) como un fenómeno clínico cuya analogía reproducible
en laboratorio es la generación de estrés de larga duración en ratones,
pudiendo demostrar –mediante análisis bioquímicos- que sus cuerpos generan
hormonas y neurotransmisores que tienen por consecuencia generarles ansiedad,
deprivación de sueño e irritabilidad; b) como un fenómeno social
insuficientemente estudiado pero relacionado con asuntos laborales,
organizacionales o de la sociedad, con consecuencias en la calidad de la
actuación que presta el profesional de salud, sea de cuidado o de diagnóstico y
manejo (enfermería o medicina, respectivamente).
Kacenelenbogen sugiere lo mismo y agrega dos dimensiones
más: c) las consecuencias que puede tener el burnout en médicos generales, que
se traducen en trastornos de carácter comportamental, cognitivo/afectivo y
físico, y d) la necesidad de acción tanto desde el levantamiento de datos y
estadísticas precisas sobre el síndrome en los médicos de su país (una visión
claramente epidemiológica causal) como desde la integración y acción
multi/transdisciplinar investigativa y preventiva a partir de la medicina del
trabajo, de la psiquiatría y la psicología, de los respectivos administradores
de salud y de la sociedad misma (una acción que claramente se enmarca en lo que
es salud pública). Por consiguiente, si los profesionales de salud se sienten
mal cuidados o están exhaustos, es la sociedad la que termina perdiendo; por
consiguiente, por una cuestión de inteligencia (Cebrià) o porque el sistema de
salud mismo puede estar en peligro (Kacenelenbogen), las autoridades
competentes deben prestar atención no sólo a su condición de salud-enfermedad
sino a su bienestar.
Autor
Agotamiento profesional (burnout): concepciones e
implicaciones para la salud pública
Burnout para la salud pública
Omar Segura
Doctorado Interfacultades en Salud Pública, Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, D.C., Colombia
Grupo de Estudios Sociohistóricos de la Salud y la Protección Social,
Centro de Historia de la Medicina “Andrés Soriano Lleras”, Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, D.C., Colombia
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