Ambos videos se hicieron virales en redes sociales: el primero mostraba a un profesor universitario conteniendo el llanto tras recibir mensajes de aliento de sus estudiantes ante las dificultades que enfrentaba para transmitir un video; en el segundo, una maestra en estado de histeria reprendiendo de manera hostil a sus alumnos por, según ella, tener las cámaras apagadas durante la clase en línea que dirigía. Las reacciones referidas, si bien diametralmente opuestas, tienen algo en común, de acuerdo a los testimonios de los mismos protagonistas: la frustración y el estrés. No hay manera de justificar un trato humillante como el del segundo caso, pero llama la atención que sobre la mesa de debate no se haya tocado apenas, más allá de que es un acto a todas luces censurable, el hecho de que éste pudiera ser reflejo de la situación emocional que muchos docentes están experimentando con la enseñanza a distancia.
En
el trabajo, se concibe al estrés como la condición en la que “ciertos aspectos
del ambiente laboral son extremadamente difíciles o exigentes para ser
enfrentados por la persona”, motivando la aparición de reacciones que ponen el
riesgo el bienestar físico y mental. Además de los múltiples desafíos a los que
el docente se enfrenta en su labor, la naturaleza humana de su actividad la
hace más propensa a la generación del padecimiento: “trabajar con personas
usualmente genera más estrés que trabajar con cosas, debido a la carga afectiva
y emocional que conlleva”. Si bien se dice que en el entorno laboral es
inevitable que exista presión y que incluso, bien dosificada, podría ser un
catalizador del buen desempeño, “el estrés aparece cuando esa presión se hace excesiva
o difícil de controlar”. Para muchos docentes la enseñanza a distancia ha
significado este escenario.
Si
bien ya era proclive al padecimiento en cuestión, durante la pandemia la
docencia ha potenciado factores que se asocian al estrés laboral. Uno de los
principales se refiere a las jornadas de trabajo muy largas o fuera del horario
normal, así como los horarios de trabajo imprevisibles: el hecho de que el
maestro trabaje desde casa parece haberse confundido con que debe estar
disponible a cualquier hora del día, ya sea para atender a los alumnos o padres
de familia, así como recibir avisos e instrucciones por parte de las
autoridades escolares. Otra de las razones que genera estrés es la falta de
control sobre los efectos de la actividad propia: hoy, más que nunca, el éxito
de la labor educativa depende de factores ajenos al docente tales como las
condiciones culturales, económicas y tecnológicas de los hogares, así como la
disposición de los padres de familia para apoyar el trabajo escolar.
Uno
más de los estresores del docente tiene que ver con una supervisión inadecuada,
desconsiderada o que no proporciona apoyo, así como un ejercicio inadecuado del
liderazgo escolar: la función de autoridades educativas y escolares, lejos de
facilitar el desempeño de los docentes, puede ser motivo de agobio y enfado
ante exigencias abundantes e irrelevantes. El trabajo aislado, al no permitir
la expresión de inquietudes ni permitir la superación de dificultades mediante
el consejo de pares, también condiciona la aparición del estrés. Finalmente,
destacan también las exigencias contrapuestas entre la vida laboral y la vida
familiar y personal: espacios y momentos que deberían ser destinados al
convivio con los seres queridos, el descanso y la recreación, son invadidos por
las obligaciones del trabajo.
Como
se observa, la labor docente a distancia ha representado un caldo de cultivo para
el estrés. Las consecuencias de este problema son de consideración: basta decir
que en México se le adjudican anualmente 19,000 infartos (Rodríguez, et al,
2017, p. 2), así como asociársele a dificultades digestivas o para dormir,
relajarse o concentrarse. Un estrés mal gestionado puede devenir en lo que se
conoce como Síndrome de burnout (o del trabajador quemado).
Una investigación de Rodríguez, Guevara y Viramontes (2017) sobre el caso de un
docente estresado demostró que éste incurría en eventos de irritabilidad
excesiva por detalles muy simples; asimismo, se observaba cansado y era
conflictivo con sus colegas; los alumnos del profesor estudiado manifestaron
sentirse agobiados, ridiculizados e incluso agredidos física, verbal y
psicológicamente. El estrés crónico se vincula también con un “sentimiento de
incompetencia personal, profesional y colectiva, [provocando]una crisis de
eficacia percibida”.
Las
consecuencias del estrés excesivo no sólo se limitan a la salud física y mental
de los afectados. También tiene importantes repercusiones en la organización
escolar: “es común que los compromisos establecidos administrativamente y los
contraídos en los consejos técnicos no sean atendidos en tiempo y en forma,
argumentando la saturación de trabajo, la dificultada para hacerlo, la falta de
recursos, la falta de tiempo, etcétera”.
Así
pues, se observa que el estrés laboral al que están expuestos los docentes,
sobre todo durante esta época de enseñanza a distancia, es considerable dadas
sus importantes consecuencias. Un primer aspecto para evitar la aparición del
estrés tiene que ver con el ajuste entre los conocimientos y capacidades del
docente a las exigencias y presiones del trabajo: en este sentido, se vuelven
imperativos, por parte de las autoridades educativas, opciones formativas
pertinentes para el desafío que están enfrentando los maestros; las
supervisiones y la misma organización escolar también deberían
procurar redes de intercambio de experiencias e información que permita a los
profesores prepararse y acompañarse mejor para enseñar a distancia. Debe
tenerse en cuenta que “la percepción del apoyo social es crucial para el
individuo”, nada más nocivo que el trabajo aislado.
Otra
posible solución al problema del estrés tiene que ver con la modificación de
las exigencias laborales: no se puede suponer que la vida escolar a distancia
transcurrirá de la misma manera que la presencial, por tanto, las expectativas
y los medios deberán ser mesurados de acuerdo al escenario que se vive, en aras
de evitar frustración ante pretensiones inalcanzables. Es evidente también la
necesidad de respetar la vida personal del maestro: establecer dinámicas de
comunicación respetuosas de los ámbitos familiar o recreativo, por mencionar
algunos. Es importante también aligerar la carga
administrativa. Asimismo, para gestionar adecuadamente el estrés no
deben descartarse el aprendizaje de técnicas de relajación o terapias
(Mindfulness, por ejemplo) destinadas a desarrollar habilidades psicológicas
para prevenir y aliviar este padecimiento.
Como
se observa, el estrés laboral al que son sometidos los docentes, sobre todo
durante la enseñanza a distancia, es para tomarse en cuenta. No se puede
esperar el éxito de una estrategia educativa si, quienes se encargan de
concretarla, los maestros, se encuentran en condiciones desfavorables para
desempeñar su labor. El escenario desconocido y considerablemente demandante al
que se están enfrentando los profesores debe ser motivo suficiente para poner
atención a su estado emocional. Los casos de los profesores expuestos al inicio
de este escrito pudieran ser la punta del iceberg de un problema mucho más
complejo, que va más allá de episodios de ira o de aflicción espontáneos que,
en cambio, pudieran ser indicadores de males que silenciosamente se están
gestando y que habrían de tener desenlaces no deseados.
Por: Rogelio
Javier Alonso Ruiz
Fuente:
https://profelandia.com/el-estres-de-los-maestros-durante-la-pandemia/
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