Es urgente y necesario politizar el malestar del profesorado y concienciarnos de que no estamos al servicio del poder, sino del pueblo. Esto no equivale a tomar una posición partidista, sino a reconocer el origen de ese malestar y comprometernos ética y activamente con el derecho de todas las personas a una educación digna.
Una de las
repercusiones que ha tenido la pandemia es el padecimiento de un nuevo malestar
entre los docentes de todos los niveles. A los malestares que teníamos por las
políticas destructivas de lo público durante décadas, se han añadido los
derivados del confinamiento y el improvisado
comienzo de curso.
Este nuevo desasosiego tiene como ingredientes, entre otros, el miedo, el
estrés y la incertidumbre cotidiana provocados por la inseguridad sanitaria.
Emocionalmente,
muchos docentes estamos afectados: hemos tenido que dejar parte del alumnado
que teníamos, actuar como individualidades aisladas y excesivamente inestables,
soportar la presión de las familias que exigen una lógica y necesaria seguridad
para sus hijos e hijas y, al mismo tiempo, garantizar una calidad de la
enseñanza que dé respuesta a las necesidades de todos, cuando las necesidades,
en muchos casos, se han multiplicado. Ello mientras la Administración y algunos
medios de comunicación cargan sobre los centros educativos la responsabilidad
de lo que pueda suceder. El resultado es un malestar individual que mezcla el
sentimiento de abandono por parte de la Administración y la sensación de una
menor valoración social.
Este proceso se une
a otro de más largo recorrido por el que la educación se ha ido despolitizando
de forma progresiva. Ello explica, en buena medida, la respuesta del colectivo
docente a su malestar actual. Más allá de tomas de posición minoritarias de
gran valor, hay una respuesta silenciosa y mayoritaria en forma de sumisión y
obediencia. Esta reacción se enmarca frecuentemente en la cultura de la queja,
en la que los demás tienen la culpa y nosotros no podemos hacer nada más que
lamentarnos y tragar. Caemos así en la tentación de la inocencia, en la que
eludimos nuestra responsabilidad, y nos instalamos en la desesperanza y la
inacción.
La neutralidad es
defender el statu quo, y una opción política a favor del desorden
establecido
Hemos compartido
docencia con compañeros con quienes no se podía hacer ninguna referencia
crítica a situaciones problemáticas porque, decían, era hacer política y había
que ser neutrales. No eran conscientes de que la apelación a la neutralidad es
defender el statu quo, y esta es también una opción política a
favor del desorden establecido. Por eso, el profesorado, en general, sigue
asumiendo pasivamente su malestar; porque denunciar públicamente lo que lo
provoca es hacer política, algo que se ha convertido en un tabú vergonzante en
lugar de en un imperativo ético y profesional.
Para educar y
educarnos necesitamos justo lo contrario: generar una cultura de positividad y
compromiso en la que se analicen las causas de los problemas, para así
afrontarlos y transformar la realidad injusta que se nos impone. Es urgente y
necesario politizar el malestar del profesorado y concienciarnos de que no
estamos al servicio del poder, sino del pueblo. Esto no equivale a tomar una
posición partidista, sino a reconocer el origen de ese malestar y
comprometernos ética y activamente con el derecho de todas las personas a una
educación digna. Olvidar que la educación es
política es ignorar que su función es construir ciudadanos
capaces de convivir en una sociedad democrática, plural, diversa y superadora
de las injusticias sociales y económicas.
No podemos
permanecer ajenos a lo que sucede en la sociedad en general y en el sistema
educativo en particular como si no tuviera que ver con nosotros. La
despolitización nos lleva a apuntalar la manipulación, la alienación y la
pedagogía del opresor, y a aceptar políticas que son un atentado contra el
derecho a la educación de nuestro alumnado y de nosotros mismos. Es necesario
aceptar que somos parte del problema y de la solución, salir de la falsa
neutralidad, de la cultura de la queja y de la obediencia, superar la tentación
de la inocencia y comprometernos en favor de la escuela pública que queremos.
Mientras la
situación educativa no vaya en la dirección deseada será necesario cierto
malestar. Una desazón que nos mantenga despiertos y actuando. Toca transformar
el malestar destructivo que nos invade en una esperanza audaz y cargada de rebeldía
que nos lleve a construir una educación de calidad para todo el alumnado sin
excepción. Sin duda, este objetivo merece nuestro compromiso.
Por
Julio Rogero pertenece a los MRP y es miembro del
Foro de Sevilla
Jesús Rogero es profesor de Sociología de la educación en la
Universidad Autónoma de Madrid y miembro del grupo promotor de ILA por una
escolarización inclusiva.
Fuente
EL DIARIO de la
EDUCACIÓN.
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