¡Qué difícil es ser docente y no salir dañado en el intento! Trabajar en una sociedad que no valora los aprendizajes nos lleva a cuestionarnos. Las autoridades administrativas, el "poder editorial" apoyados por el "saber sabio" nos piden "innovar", como si los fracasos se debiesen a nuestra actividad. Debemos cuidar nuestra autoestima para no estresarnos, y el artículo que transcribo tal vez nos ayude.
Acerca de el Maestro, la Autoestima
En cualquier caso, es evidente que la profesión vive y sobrevive con un fuerte complejo de inferioridad, porque se piensa que lo que se hace está poco valorado, que sus innovaciones no son reconocidas y que sus esfuerzos son menospreciados. Hay que decir que a menudo es el profesorado mismo lo que hace muy poco para luchar por este merecido reconocimiento, profesional y social, instala en la cultura de la queja permanente, una vía que no conduzco a ninguna parte, más que al propio cansancio ya la desmoralización individual y colectiva.
Las causas de este fenómeno son internas y externas a la profesión y extraordinariamente complejas. Jaume Carbonell analiza diez hipotéticas razones de la baja autoestima docente planteadas de forma necesariamente sintética:
1. El creciente, diversificado y poderoso mundo de los expertos y especialistas de la psicopedagogía y del conjunto de las llamadas ciencias de la educación que monopolizan el discurso educativo. Ellos son los que diseñan reformas, programas de innovación y planes de formación, ellos son los que marcan la agenda de los temas de los que hay que hablar, lo que es importante y lo que no es. Ellos son los que investigan, publican y son invitados a los foros educativos y los medios de comunicación. De esta manera, durante los últimos años, la innovación educativa se ha hecho más desde la academia que desde la escuela. Hay profesores que sólo son escuchados cuando se convierten en expertos.
2. La permanente culpabilidad (desde el ámbito familiar, social y de los medios de comunicación) de la escuela para el falso descenso del nivel de enseñanza y trabajo del profesorado. Aquí se da una curiosa paradoja: las familias y el conjunto de la sociedad critican los maestros y hasta desconfían, pero, al mismo tiempo, cada vez delegan y confían nuevas funciones y responsabilidades. Es evidente que la polivalencia docente tiene un límite, y cuando se confunde la profesión con las heroicidades de un superman o de una superwoman, difícilmente las expectativas sociales se cumplen.
3. El discurso obsesivo y dominante sobre el malestar docente que eclipsa los aspectos satisfactorios y positivos de la profesión. No negaremos algunas obviedades en algunos contextos y situaciones escolares, donde las condiciones de trabajo se hacen particularmente difíciles, el malestar docente es una consecuencia lógica. Ahora bien, en otras situaciones y circunstancias hay que analizar si el malestar docente es fruto de las condiciones objetivas o no es otra cosa que la construcción de una coartada y de un discurso cómodo y autojustificatorio para oponerse a cualquier proceso de innovación y de cambio, venga de donde venga. Por otra parte, se olvida la cara positiva de la profesión, como si existiera un cierto complejo de inferioridad poder verla, cuando es evidente que hoy hay muchos maestros que encuentran mucho sentido a su oficio, que disfrutan y que descubren un montón de satisfacciones.
4. La irrupción de otros agentes educativos y la competencia que surge, que han hecho que el magisterio ya no ejerza con la exclusividad de hace un tiempo la instrucción o transmisión del conocimiento. La televisión y el mundo de la imagen, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación y la avalancha de ofertas extraescolares han generado un cierto grado de desconcierto y confusión. Algunos sectores lo perciben incluso como una pérdida de autoridad, como sí su trabajo quedara cuestionada y con un cierto grado de miedo y de angustia ante un futuro tecnológico que cada vez controlan menos.
5. La crisis la vocación del magisterio, entendida como una falta de identificación, ilusión y compromiso global con la infancia, la escuela y la comunidad, y una falta de orgullo hacia la profesión. Parece que algunas de estas palabras pertenecen a otros tiempos y que la vocación de maestro se identifica con sacerdocio, voluntarismo y carácter misionero, como si este concepto no es susceptible de evolucionar en la postmodernidad y no se pudiera pensar también en clave de una concepción innovadora y progresista de la profesión.
6. El despliegue por parte de la Administración de una amplia retórica sobre la importancia del profesorado, que, en la práctica, se queda en nada. La voz del profesorado-más allá de cuatro simulacros y escenificaciones para salir del paso-es excluida del debate sobre las reformas educativas, proyectos pedagógicos u otros grandes decisiones que afectan directamente al profesorado. Tampoco la Administración es demasiado sensible a la hora de valorar el trabajo real del profesorado, mejorar sus condicione de trabajo o escuchar sus reivindicaciones.
7. La tan mencionada autonomía docente queda diluida o borrada por la cada vez más poderosa colonización administrativa y burocrática de la escuela. Cada vez la enseñanza está más condicionada y regulada-el currículo, la evaluación, los tiempos, los espacios, la organización y funcionamiento de los centros, etc .- y quita libertad a los equipos de maestros ya las comunidades educativas para construir proyectos educativos pedagógicamente diferenciados.
8. Los nuevos planes de estudio de la década de los noventa han supuesto la muerte del maestro y el triunfo del especialista. De este modo, muchos estudiantes adquieren desde el principio este nuevo perfil de especialista de educación física, musical o especial, que consolidan cuando acceden a los centros, el “integrarse” en los claustros.
9. El auténtico fracaso, salvo algunas excepciones, de la formación del profesorado en cuanto a conseguir una nueva cultura profesional innovadora y una modificación de sus hábitos y actitudes que hagan posible un cambio en sus prácticas escolares y en la vida en los centros ya las aulas. Además, esta formación es a menudo muy fragmentada y le falta el enfoque de una visión global de la infancia, la escuela y la enseñanza. En cierto modo, hemos asistido a una continuación-explícita o implícita- de aquella muerte del maestro y del triunfo del especialista al que nos referíamos en el punto anterior.
10. El hecho de que todos se sienten autorizado para criticar y cuestionar la escuela y el trabajo del maestro. A diferencia de lo que ocurre con otros oficios y profesiones donde se reconoce la existencia de un saber específico adquirido a base de formación y experiencia, en la enseñanza parece que este reconocimiento no exista y que se piense que se trata de un campo donde el sentido común, la práctica como educadores familiares o la proximidad que da la experiencia como estudiante son capital cultural suficiente para poder interpelar al profesorado de igual a igual. Esta posición se reafirmando en la medida que el nivel cultural medio de la población va aumentando. No acaba de entender que el arte o la ciencia también se adquieren con el estudio, y esto, naturalmente, desmoraliza al profesorado.
¿Conclusiones? Sólo tres y breves:
a) Recuperar el orgullo de ser y hacer de maestro con todo lo que ello supone.
b) Investigar y analizar más a fondo estas y otras razones de la baja autoestima, haciendo uso del pensamiento que se fundamenta en las explicaciones complejas y multicausales y no en los cuatro tópicos que buscan la fácil o imposible, según se mire-cuadratura del círculo.
c) Transgredir y cambiar en la práctica todo aquello que impide a los maestros tener más autonomía, autoridad y poder. Las dificultades son grandes, pero las posibilidades son inmensas.
Autora
Natalia Ruiz
Pueblo y Sociedad Noticias