¿Por qué algunas profesiones tienen mayores riesgos de caer en el “burnout”? ¿Cuáles son las razones que convierten a la docencia en riesgosa? ¿Qué sucede con las “personas quemadas”? Conocer significa hacer más eficiente la vigilancia, para cuidar de nuestra salud.
El docente que manifiesta el síndrome de Burnout es, frecuentemente, impredecible en su conducta y las contradicciones son casi siempre la norma de su actividad. En este sentido, a la vez que siente la necesidad imperiosa de culpar a alguien por lo que pasa, también precisa olvidar al máximo todo lo relacionado con su trabajo, estudiantes, planes, documentos pendientes, entre otros.
Para los profesores que llegan a este estado, los conflictos entre la familia y su profesión, los dos sistemas en los que interactúan, son especialmente constantes e intensos. Está muy extendido el estado emocional caracterizado por el miedo, la hipervigilancia y la preocupación permanente. En muchos casos, los sentimientos, ansiedad y agotamiento, se confunden o se alternan provocando, a su vez, los citados problemas de relaciones interpersonales.
El profesor y la profesora en estado de Burnout, agobiado por las demandas y agotado por su trabajo, muestra un carácter irritable que puede resultar insoportable para las otras personas, tanto en el entorno laboral como cuando la jornada laboral ha terminado. Poco a poco, la persona se va sintiendo afectada, y va cambiando sus actitudes hacia el trabajo y hacia los compañeros y compañeras con los que trabaja, hasta que el proceso se evidencia cada día más. De una manera lenta, pero progresiva, estos profesionales pueden abandonar sus relaciones habituales, dedican menos atención a su familia, muestran una insensibilidad notable, cierran los canales de comunicación con otras personas y se desentienden de los demás.
En general, los profesores y las profesoras con Burnout perciben la enseñanza como un trabajo muy exigente y que no recompensa suficientemente, por lo que los acontecimientos son interpretados de manera negativa y pesimista, percepción que es trasmitida a los educandos.
Actualmente, los docentes se encuentran en una situación compleja y delicada. Basta poner atención a los medios de comunicación (televisión, prensa, Internet, etc.) para observar como se les culpabiliza de los problemas, principalmente de los que ocurren dentro del contexto escolar, por ejemplo, las relaciones docente-educando (relaciones personales, falta de asimilación de los contenidos curriculares ente los estudiantes, entre otros), así como los referentes a cuestiones de tipo social, (violencia, desprestigio, drogas, situaciones familiares, entre otros).
En este sentido, se puede destacar la situación del contexto socio-escolar, el cual deriva fácilmente en frustración y desmotivación ante la evidente falta de estrategias disponibles para reorientar los conflictos y la convivencia docente. Iniciar el trabajo cada nuevo día, especialmente los lunes, se visualiza como una carga difícilmente soportable, la que, con frecuencia, conduce al abandono de la profesión o, en su defecto, a permanecer incapacitados por factores emocionales, dolores de cabeza, tensión u otros padecimientos anexados al síndrome.
Las tendencias actuales, en el ámbito de la educación, orientan hacia las interacciones humanas de calidad, la creación de climas y ambientes más propicios y adecuados, para que tales interacciones sean positivas, satisfactorias y puedan surtir los efectos deseados. El docente establece una relación intencionada desde su perspectiva de adulto con el individuo que ha de desarrollar armónicamente.
En todo este proceso, el docente tiene la misión de guía, orientador, facilitador y evaluador: debe garantizar que los educandos tomen parte activa y responsable en el mismo. Esto representa en sí mismo, una complicada dificultad, puesto que el proceso sólo tendrá éxito si los dos elementos humanos implicados, docentes y educandos, establecen unas relaciones adecuadas, en las que interaccionen, y compartan objetivos y responsabilidades.
A nivel de la vida profesional del docente y, más concretamente, en sus necesidades y expectativas, se pueden indicar una serie de frustraciones relacionadas con las demandas de la sociedad actual hacia el sistema educativo y las posibilidades reales de respuesta.
Una de las contradicciones se encuentra en que, si bien es cierto los nuevos impulsos de la psicopedagogía sitúan al estudiante como el verdadero protagonista de su propio aprendizaje, los docentes no han acertado del todo a despegar su imagen del modelo tradicional, en el cual el profesor o la profesora son responsables de todo el proceso -tanto de la planificación, como del hecho de que cada joven lleve a su mejor término el proceso de enseñanza-. Así, pues, de una manera casi sistemática, se establecen relaciones de tipo jerárquico con los educandos. Estas se adaptan muy mal a las nuevas tendencias y necesidades de orientación, motivación y contextualización, requeridas en la actualidad.
Para satisfacer estas necesidades, sería preciso adoptar unas posibilidades de trabajo distintas y desarrollar una mayor capacidad para establecer, con los educandos, una auténtica comunicación en profundidad. Tales requerimientos no siempre son manejados por los docentes, ya que en muchos casos carecen de vocación e inteligencia interpersonal e intrapersonal. De esta manera, se encuentra una de los mayores fuentes de problemas y de contradicciones para una profesión en la que se tienen que conjugar elementos tan dispares como las relaciones de sentimientos, afectos y el contacto con la distancia que imponen la justicia e igualdad en el trato. También cabe mencionar la exigencia de responder a las regulaciones y a la documentación administrativa, las cuales, en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con las realidades inmediatas que configuran la labor cotidiana del docente y la docente.
A pesar de todas estas realidades en que se ve inmerso el docente, este continúa estando solo frente a su clase. En contraste, cada día se le solicita formar equipo con sus colegas y asumir tareas que exigen la cooperación con muchos especialistas: equipos de orientación, planificación, tareas inherentes (actividades para recolectar fondos), trato con los padres y madres, con otros docentes, con la administración, etc. Junto a todo esto, los profesores y las profesoras perciben que la imagen social de su profesión está cada día más deteriorada y es objeto de múltiples críticas. Socialmente parece haber una concepción errónea, en cuanto a que si los estudiantes no aprenden, es porque el profesor no enseña bien. Las expectativas que se derivan de este supuesto son fuente de culpabilidad, frustración y fracaso.
Son muchos los sectores que tienen ingerencia sobre esta labor: los políticos, los que se concentran en el área social, el sector económico, sectores comunales, las propias familias, mismos que en un momento u otro se manifiestan muy críticos con los docentes en general y cuestionan la eficacia del profesor y profesora, sin realizar un verdadero ni profundo análisis de los factores determinantes de tan compleja tarea. De forma cada vez más generalizada, y a causa de demandas excesivas, contradictorias y ambiguas, no se consigue el equilibrio deseable entre lo que la sociedad pide y espera, y lo que el profesional de la docencia puede ofrecer según sus capacidades y competencias. Tal situación, que se da con frecuencia en el mundo educativo, puede llegar a desencadenar la insatisfacción docente y cuadros de ansiedad que dificultan o impiden un correcto ejercicio de la profesión y que afectan negativamente a los educandos y, por ende, la calidad de la docencia.
Por el contrario, si este equilibrio se produjera, el nivel de satisfacción sería alto y la autoimagen profesional positiva. A pesar de lo indicado, existen muchos profesionales satisfechos de su labor, quienes asumen las inevitables e innumerables dificultades del trabajo cotidiano, aciertan al desempeñar su rol profesional y establecen unas interacciones personales positivas y productivas con los educandos, los colegas y su entorno más inmediato. En tal caso, tanto en los profesores y profesoras que pueden subsistir sin “quemarse”, como en los potencialmente “quemados”, se evidencia la importancia de ejercer su profesión desde un enfoque interdisciplinario, lo más amplio posible.
Se puede destacar que todas las circunstancias anteriormente descritas propician que el profesorado se sienta, personalmente y profesionalmente, abrumado y desconcertado, con fuertes contradicciones entre sus derechos y deberes. Con todo ello, la enseñanza como profesión tiene algunos rasgos característicos que contribuyen a intensificar la problemática del Burnout y que son los siguientes:
• Exigencia de un contacto e interacción personal constantes con los estudiantes, que debería caracterizarse por ser paciente, sensible y útil.
• El trabajo docente esta siempre abierto al examen y evaluación por parte de diferentes sectores e intereses.
• La actividad docente se ejerce con personas (los educandos) con unas motivaciones e intereses propios.
• La práctica docente ofrece pocas oportunidades a los profesores y profesoras para relajarse, descansar y entablar relaciones con otros adultos a lo largo del horario laboral.
• La remuneración salarial es siempre menor que la de otros puestos de trabajo equivalentes por titulación o formación.
Extraído de
Los profesionales de secundaria, como factores de riesgo en el síndrome de Burnout
Giselle León León
División de Educología Centro de Investigación y Docencia en Educación Universidad Nacional Heredia, Costa Rica
Revista Electrónica Educare Vol. XV, N° 1, [177-191], ISSN: 1409-42-58, Enero-Junio, 2011
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