Las investigaciones sobre las consecuencias derivadas de la exposición
a situaciones de estrés crónico en el trabajo y acerca del síndrome de burnout
como la patología más frecuente en estos casos no son novedosas, aunque haya
sido en los últimos años cuando se hayan hecho más habituales en la realidad cotidiana
del profesorado y de otros colectivos profesionales.
Ya en los años 80, el modelo teórico establecido por Maslach y Jackson
establece tres dimensiones para la definición del síndrome de “quemarse por el trabajo”
o burnout. Estos investigadores acuñaron el término y desarrollaron el modelo
teórico y empírico, a través del Maslach Burnout Inventory [MBI], que en
la actualidad constituye una fuente de referencia básica en la investigación sobre
el síndrome de burnout en el profesor. Afirman que existen tres “síntomas”
o rasgos característicos de este trastorno, que constituyen los tres subescalas
del MBI:
■ Baja realización
personal: caracterizada por el desarrollo de
un sentimiento de fracaso personal. La persona se siente fracasada e incapaz de
llevar a cabo su trabajo, especialmente en relación con las personas hacia las que
trabaja, los destinatarios de sus servicios. El profesor “quemado” desarrollaría
expectativas negativas de eficacia, ya que consideraría irreal cualquier influencia
sobre los alumnos;
■ Agotamiento
emocional: la persona desarrolla la vivencia
de encontrarse emocionalmente agotado, experimenta la falta de recursos emocionales
y siente que nada puede ofrecer a las personas para las que trabaja. Constituye
un elemento fundamental en el desarrollo del síndrome y aparece asociada a manifestaciones
físicas del burnout;
■ Despersonalización: la persona manifiesta actitudes negativas hacia
las personas para las que trabaja. En el caso del profesor, estas actitudes son
muchas veces manifestadas con los alumnos, adoptando una relación distante y de
escasa receptividad hacia las demandas que éstos le realizan.
Existen sin embargo posturas contradictorias
respecto a las relaciones que se establecen entre las dimensiones del MBI y
del síndrome de burnout, llegando a existir en la literatura especializada
hasta cinco modelos distintos, en función de cuál de dichas dimensiones sea considerada
como el primer desencadenante ante el estrés laboral y cuál sea la interrelación
entre ellas.
En primer lugar, Golembiewski establece
un modelo teórico multifásico acerca del burnout a través del cual
identifica las fases del síndrome, afirmando que se desencadena por una despersonalización, que desemboca en el estado
de agotamiento emocional a través de la ausencia de realización personal, estableciendo
un total de ocho fases en función de la intensidad de cada uno de las dimensiones
que se señalan en el síndrome.
Por su parte, Leiter y Maslach, proponen
un modelo procesual, en el que el agotamiento emocional constituye el elemento
de mayor relevancia, por su papel mediador entre los elementos estresores del entorno
y el sentimiento de despersonalización. La dimensión de realización personal se
define como una función de la influencia ejercida por el propio contexto laboral,
sin mostrar una relación significativa con la despersonalización, y produciéndose
de manera simultánea a ella. De este modo, los aspectos del entorno que influyen
en el sentimiento de despersonalización son las demandas (sobrecarga laboral, conflicto
de rol, etc.), agravando también la sensación de agotamiento emocional. La percepción
de realización personal se ve influida así por los aspectos relativos a los recursos
de apoyo y al reconocimiento (autonomía, participación en la toma de decisiones,
nivel de cooperación, etc.).
Lee y Ashforth, al contrario que en
el modelo procesual, establecen que el agotamiento emocional es la dimensión que
influye sobre las otras dos: despersonalización y realización personal. Sin embargo,
sus investigaciones no encontraron fundamentos sólidos para explicar la relación
entre el agotamiento emocional y la realización personal. En este sentido, los estudios
realizados en España por Gil-Monte vienen a esclarecer la relación existente entre
estas dos dimensiones, de acuerdo a la teoría de Bandura, según la cual las creencias
acerca de la capacidad revierten en procesos de carácter afectivo, en función de
la valencia positiva o negativa de dichas creencias.
Así, en su modelo alternativo,
Gil-Monte y Peiró consideran el síndrome como una respuesta a situaciones de estrés
prolongado en el trabajo. Esta respuesta se manifiesta tras un proceso en el que
el individuo ha intentado paliar la situación de estrés con estrategias de afrontamiento.
De este modo, el síndrome se desencadena como consecuencia de un sentimiento de
baja capacidad y realización personal al fracasar en el intento de afrontar la situación
de estrés, provocando un estado de agotamiento emocional. Simultáneamente, la percepción
de incapacidad conlleva actitudes negativas hacia aquéllos para los que se trabaja
(despersonalización), que se ven agravadas también por las consecuencias emocionales.
Por último, Dierendonck, junto a Schaufeli
y Buunk, desarrollan un modelo sincrónico que defiende también las mismas
premisas en la que se asienta el modelo alternativo, logrando elevados índices de
fiabilidad en las investigaciones realizadas. Este modelo establece que es la dimensión
de realización personal la que desencadena el proceso de burnout.
En síntesis, y pese a la diversidad
de posturas y opiniones, podemos ver que existen los puntos de acuerdo siguientes:
■ Todos
los modelos otorgan especial relevancia a la dimensión emocional del “síndrome de
quemarse por el trabajo”, por la información que aporta respecto a las creencias
de eficacia y a las actitudes hacia las personas con las que se trabaja;
■ Los últimos
estudios apuntan a la necesidad de adoptar una perspectiva sincrónica, más que un
progreso multifásico del síndrome; esto implica que se admiten relaciones circulares
y no lineales entre las diferentes dimensiones del síndrome;
■ La necesidad
de atender a las interacciones que se establecen entre los potenciales estresores
del entorno y los procesos de percepción e interpretación intrínseca que se generan
en la persona que padece el síndrome.
Se intuye que la perspectiva más idónea
en el estudio y análisis de síndrome se basa en los modelos cognitivos y transaccionales
de estrés laboral. Así, el “síndrome de quemarse por el trabajo” quedaría definido
como una respuesta al estrés laboral, que desencadena un proceso de evaluación cognitiva
que conlleva sentimientos de baja realización personal y agotamiento emocional.
La despersonalización constituiría en este sentido una forma de afrontamiento de
la situación de estrés y la experiencia ya manifiesta de baja realización y agotamiento
emocional. El núcleo esencial lo constituyen por tanto las bajas percepciones y
creencias de autoeficacia que la persona desarrolla derivadas de la incapacidad
que siente para hacer frente a las demandas del entorno laboral.
Extraído de
Estrés
y desmotivación docente: el síndrome del “profesor quemado” en educación secundariaMarta Silvero Miramón
Directora de Formación.
Fundación Laboral de la
Construcción Navarra
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