lunes, 8 de septiembre de 2014

Agotamiento profesional: ¡mucho más que un síndrome!


Es destacable la frase del autor “cualquier enfermedad, más que un mito, es una realidad a ser indagada, susceptible de interrogación mediante un método científico y de innovación y desarrollo en pos de su curación y, mejor aún, de su prevención” ¿Debemos preocuparnos por el enfermo o por las condiciones laborales que lo llevaron a esa situación? ¿El burnout se limita a una “fatiga profesional”?


Un primer punto al considerar las implicaciones de este análisis es que la salud es la expresión tanto individual como colectiva de bienestar y de capacidad funcional, tal expresión difiere según las creencias, valores, representaciones sociales y devenir de cada cultura, y que la enfermedad no está ligada únicamente a los síntomas relatados por un paciente o los signos que busca un médico, siendo independiente de la posesión de un carnet o del ejercicio de un derecho de aseguramiento a un sistema de salud. Aceptado esto, cualquier enfermedad, más que un mito, es una realidad a ser indagada, susceptible de interrogación mediante un método científico y de innovación y desarrollo en pos de su curación y, mejor aún, de su prevención.

Un segundo punto es que el burnout no es un término periodístico, ni tampoco vino strictu sensu de la psicología laboral, ni tampoco es una desadaptación. Desde una perspectiva estrictamente biomédica, el burnout difiere en sí mismo de una depresión o una psicosis maniaco-depresiva, por citar dos ejemplos, así parezca tener los mismos síntomas. Pero el mero ejercicio de buscar motivos o de indagar condiciones del propio empleo, de su sitio de trabajo y del entorno social en el cual vive un sujeto con burnout van más allá del estado de ánimo que pueda experimentar, o de su contacto con la realidad: la verdadera situación que debería preocupar a aseguradores en salud y tomadores de decisiones en Salud Pública es que no pueden cambiar de buenas a primeras una infraestructura hospitalaria o de servicios de salud ni un sistema de aseguramiento, ni un sistema de vigilancia epidemiológica.

Desde esta óptica, implica además preguntar por qué tantas excusas médicas se piden por este motivo, y qué de justificación tiene un trabajo dado para primero anunciar burnout, segundo tratarlo y luego compensarlo (permisos, seguros). ¿Cómo afecta eso a las empresas aseguradoras, y cómo se enmarca o encuadra dentro de la noción misma de “riesgo” como posibilidad de ocurrencia de un evento, y de “aseguramiento” como herramienta social y económica para “protegerse contra los problemas que conlleve tal riesgo”? ¿Se podría, siguiendo a Castel, asegurar a la totalidad de la población o sólo a aquél que trabaja, pero con la paradoja de estar éste afectado por burnout y al mismo tiempo ser un individuo, profesional o técnico, desligado de su colega en una sociedad contemporánea? Es claro que el estado actual de estas sociedades (incluyendo las condiciones de trabajo de quienes viven en ellas) implican un desafío para el sistema de salud, en especial para aquellos especialistas dedicados a la atención en salud mental (psicólogos, psicoterapeutas, psiquiatras) debido al incremento de la digitalización, la globalización, los requisitos de educación continua en curso, la agilización y falta de límites de trabajo y el tiempo de ocio.

Un tercer punto a señalar es que una enfermedad, en sí misma, puede tener variantes, manifestaciones que cambian ligeramente entre sujetos y entre grupos humanos. Y que puede parecerse a otras, surgiendo aquí una interrogante: si ejecutado un proceso de diagnóstico diferencial estrictamente médico no se encuentran resultados anómalos desde la biología y persiste el malestar individual, ¿qué ocurre entonces? ¿Significaría, siguiendo a Canguilhem, preocuparse por la enfermedad en sí misma, por las consecuencias que tiene ésta para el individuo, o más bien por aquellas condiciones de trabajo y de entorno que le reducen el margen de tolerancia al sujeto? Devolver al trabajo al sujeto que manifiesta estar enfermo por ese mismo trabajo es aplicar una lógica de “aquello similar cura lo similar”: el argumento de Keresztesi no podría sostenerse, por ejemplo, en el caso de aquellos profesionales y técnicos de salud involucrados en el manejo de un desastre, o en los trabajadores de una planta nuclear siniestrada, o en los voluntarios de salud y los profesores de escuela en quienes originalmente se describió el agotamiento profesional.

Un cuarto punto estriba en la necesidad de establecer qué tanto de físico y qué de emocional tiene el burnout, considerando las diferencias reportadas por sitio de trabajo o profesión, puesto que no todo afectado tiene idénticas manifestaciones. Por ejemplo, el burnout en enfermeras difiere de aquél que padecen los médicos, e incluso parece diferir entre especialidades. La noción de Brooks esconde una noción de riesgo y de “causa necesaria y suficiente” común en la epidemiología “clásica” o “multicausal”. Pero una noción del riesgo es apenas uno entre diversos elementos necesarios para investigar, conceptualizar mejor y prevenir la aparición del agotamiento profesional, o de recuperar a aquellos que ya lo tienen – dada su condición reversible.

Porta, Lahelma o Siegrist, en cambio, mencionan tres conceptos diferentes de enfermedad, pero desde una perspectiva fisiológica, psicológica y socialmente percibida tanto por el sujeto afectado como por la sociedad; por décadas se ha tratado de achacar el burnout al estrés laboral, al “sufrimiento mental”, a la “fatiga por compasión” o al “cansancio a toda hora”. Burnout va más allá de la noción de riesgo, ergo más allá de lo que la epidemiología tiene por definición y alcance (el estudio de los factores de riesgo o protectores que afectan la salud de una población y su modo de prevenirlos o promoverlos), aun cuando ésta resulta ser de vital importancia para la Salud Pública en la actualidad. Para abordar el agotamiento profesional, se requiere incorporar el contexto del trabajo y del entorno, y debe incorporar todos los actores a todos los niveles de una empresa cualquiera y más allá: el nivel del sistema de salud y el nivel político.

Un quinto punto está en la necesidad de comprender cómo los conceptos de salud-enfermedad se ven influenciados o dictados por los sistemas de salud o las políticas de bienestar nacionales, o por las organizaciones multilaterales, o la industria farmacéutica. ¿Puede el burnout ser objeto de migraciones a lo largo de categorías o de clasificaciones, tal como ha sucedido con la homosexualidad, que pasó de ser un “estado” a ser disbalance hormonal, desorden mental orgánico, perversión sexual y ahora a ser elección individual de un sujeto?

Tras examinar lo reportado por Scully o por Moynihan y luego de constatar quiénes son los autores que han generado el mayor número de publicaciones en el tema desde la década de 1980, encontrando que instrumentos de medición como el Inventario de Burnout de Maslach (MBI: Maslach Burnout Inventory) son objeto de regalías de pago obligatorio por reconocimiento de derechos de autor (copyright): ¿puede ser el burnout manipulable como enfermedad a la medida de una sociedad tecnocrática/digital o de una industria farmacéutica, en forma tan cuestionable como lo han sido el síndrome de hiperactividad y déficit de atención o la osteoporosis?



Autor
Agotamiento profesional (burnout): concepciones e implicaciones para la salud pública
Burnout para la salud pública
Omar Segura
Doctorado Interfacultades en Salud Pública, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, D.C., Colombia
Grupo de Estudios Sociohistóricos de la Salud y la Protección Social, Centro de Historia de la Medicina “Andrés Soriano Lleras”, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, D.C., Colombia

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